(Ilustración de Nana Bidzinashvili.
Aquí la página web con sus trabajos: http://nana-bid.deviantart.com/)
Hace tiempo escribí este relato para la Revista FanZine, tuve la suerte de que lo ilustrara la increíble ilustradora Nana Bidzinashvili, ha sabido captar a la perfección la esencia de mi historia (nena, te ha quedado preciosa)
Muchas gracias al equipo FanZine por dejarme ser parte de su mundo, os dejo el link para que paséis por la revista, no tiene desperdicio!!
http://fanzinezombie.blogspot.com.es/2013/05/lucha-por-tu-familia-irene-comendador.html
Lucha por tu familia
La luz del ventanuco me mira con
insistencia. Allí tras los barrotes veo volar los pájaros en libertad,
contemplo cómo el sol desaparece por las tardes y lo reemplaza una luna llena
que me recuerda viejos tiempos, mejores noches, días diferentes.
Tengo miedo a quedarme dormida,
sé que si eso ocurre vendrán a por mí, volverán los fantasmas reales de mi
pesadilla diaria, sé que buscan un momento de debilidad por mi parte para
acercarse y hacer de las suyas.
También tengo miedo a no dormir, estar
tan exhausta que llegue a perder la poca lucidez que me queda, la cordura que
me obliga a sentirme fuerte por ellas, esperándolo a él con todas mis ganas,
suplicando a cada minuto que aparezca por la puerta, como antes, como cuando mi
vida tenía sentido y todo era felicidad, como cuando éramos una familia libre.
Hace escasas horas he tenido
visita, ellos de nuevo, esos captores que me hacen daño, que me clavan millones
de agujas por todo el cuerpo, quizás solo sea una, pero duele hasta las
entrañas, hasta el mismísimo centro de mi corazón. Luego, sin mi consentimiento
empieza la tortura, me tocan por todas partes, siento sus manos en mis brazos,
por las piernas, los pies; llegan hasta mis partes más íntimas y hacen su trabajo,
despojándome de toda dignidad. Antes gritaba cuando sucedía, intentaba
resistirme clavando las uñas en su piel, mordiendo su carne si se acercaban
demasiado, revolviéndome como vulgar lagartija sobre la cama, pataleaba,
gruñía, bramaba, pero lo único que conseguí en respuesta fueron las ataduras
que ahora adornan mis tobillos y mis muñecas. Duelen, duelen mucho, han marcado
mi piel con rozaduras que de vez en cuando se ampollan, se hinchan y terminan
por infectarse. Después llegan los pinchazos y vuelven las botellas de líquido
extraño a colgar sobre el cabecero, con cables transparentes que se dirigen a
mi torrente sanguíneo y me infectan el organismo con a saber qué diabólico
veneno.
He comprobado que son más
delicados si me quedo quita cuando me tocan, no por ello hacen caso a mis súplicas,
ni siquiera parecen oírme, siguen con su tarea de profanar mi cuerpo y
convertirme en un trapo viejo en el que pueden limpiar sus manos cuando les
place.
En una ocasión, mientras sobaban
mis pechos con brío, perdí el control y de mi boca salieron insultos e
improperios que jamás creí pronunciaría, me convertí en un demonio, los maldije
a todos ellos, deseándoles la muerte más dolorosa y atroz. En respuesta
pronunciaron el nombre de mis niñas, como una advertencia.
Jamás he vuelto a decir ni una
palabra, soportaría cualquier suplicio y vejación con tal de que a ellas no las
tocaran, estaría días sin comer ni dormir, sintiendo sus manos dentro de mí, si
supiese que mis hijas están a salvo. Nadie me lo garantiza, pero al menos, he
de pensar en ellas y dejarme hacer por si cumplen su amenaza.
Ayer permitieron a mis hijas
venir a visitarme, parecían confundidas, como si verme atada a esta cama fuese
algo normal, como si mis negaciones y mi falta de sueño autoimpuesta fuese por
gusto. Si ellas supiesen que solo intento cuidar de sus vidas…
Mis dos pequeñas no entienden a
su edad por lo que estamos pasando, no me atrevo a preguntar dónde las tienen
metidas cuando no están conmigo, es más, no quiero saberlo, parecen sanas,
felices en su ignorancia y con eso me basta.
Ha veces pierdo la cabeza y me dejo
llevar por el subconsciente, a veces dejo que los ojos se cierren un segundo y
se apoderen de mí las sombras. Ahí es cuando todo mi mundo cambia, vuelvo a
recordar las mañanas con tostadas y mermelada, el beso de despedida de mi Teo
al irse a trabajar, los preparativos y los sándwiches de queso en las tarteras
para el colegio, el cepillado de las largas melenas de mis pequeñas, mis
ángeles en la tierra. Las imágenes parecen tan reales que tardo unos minutos en
cobrar consciencia y darme cuenta de que sigo aquí encerrada, atada, a veces
amordazada como un perro.
No sé si hoy dejarán que Mila y
Elena vengan a verme, las visitas suelen ser cortas e insuficientes, ellas
hablan de trivialidades mientras yo las miro con intensidad, sin pronunciar
palabra, sin decirles nada. Les transmito todo el amor que puedo con la mirada,
acaricio despacio sus manitas e intento no llorar al ver la situación en la que
estamos sumergidas, calmo sus almas torturadas con suspiros cuando se acercan a
darme el beso de partida. Alguna vez las he visto llorar, quieren una
explicación a mi comportamiento, a mi mutismo, pero ellas no entienden que si
hablara lo más mínimo podría escaparse de entre mis labios algún detalle de
nuestro cautiverio, podría pedirles que intentaran escapar cuando les fuese
posible, exigiéndoles que corrieran lejos, que se olvidaran de mí, que buscaran
ayuda de cualquier extraño; pero eso no es posible, solo son dos niñas pequeñas
guardadas por muros gruesos custodiados por dementes y carceleros. Podrían
hacerles daño si lo intentaran, solo de pensarlo se me hielan las venas y mi
garganta se cierra.
Encontraré la manera de salir de
aquí, de llevarlas conmigo a un lugar seguro, intentaré urdir un plan de
escape, algo que nos permita volver a casa.
Esta mañana me han sacado de mi
celda cubierta únicamente por una sábana blanca y atada a mi camilla como de
costumbre. He recorrido varios pasillos, cruzándome con más gente que parece estar
en mi misma situación, cautivos en este lugar en contra de nuestra voluntad. No
sé qué clase de aberraciones sufren el resto de secuestrados, tampoco quiero
saberlo, con mi batalla personal ya tengo más que suficiente.
Al llegar a una sala excesivamente
iluminada me han metido en un tanque enorme, donde un ruido ensordecedor ha
perforado mis tímpanos con inquina, luces cegadoras me hacían parpadear, varios
cables conectados a mi cuerpo daban pequeñas descargas eléctricas provocando
que mis lágrimas se derramaran mojándome el pelo y la tela bajo mi cuerpo. Desconozco
cuánto tiempo me han tenido allí metida, pero ha sido bastante; mis piernas ya se
habían dormido cuando una mujer con máscara en la cara me ha empezado a clavar
agujas en el estómago.
Hablan entre ellos pero no logro
comprender lo qué dicen, palabras que nunca había oído se cuelan en sus
conversaciones encriptadas; hablan de muerte, de enfermedad, de tratamientos,
pero sigo sin comprender qué tienen que ver conmigo todas esas cosas.
He intentado poner orden dentro
de mi caos, pensar el por qué de su comportamiento. ¿Buscan algo dentro de mi
cuerpo? ¿Ensayan con él? ¿Acaso soy el conejillo de indias de alguna droga?
Pero entonces me acuerdo de sus visitas, como cuando me dieron la vuelta en la
cama y penetraron mi trasero sin contemplaciones, provocando sangrados que
duraron días de sábanas mojadas. Recuerdo todas las veces que me tocan, siempre
a la misma hora, personas diferentes pasando sus manos por mi piel pálida y
temblorosa. Y pierdo el hilo de mis pensamientos, dejo de buscar el motivo y me
concentro en el dolor y la pérdida.
Aún guardo mi secreto sin
confesar, no sé cómo contárselo a mis hijas, ellas han notado que su padre ya
no está y presienten que algo malo le ha pasado. De momento confían en mí y no
han preguntado al respecto.
Son demasiados días sin verlo,
demasiadas horas sin contemplar su cara, sin recibir sus besos… Con él todo
esto era más llevadero.
Estoy segura de que lo han
matado, cada vez que me atrevo a preguntar a mis captores me miran con
condescendencia, me explican con la mirada que jamás lo volveré a ver, me
aseguran sin abrir la boca que será mejor que deje de preguntar si no quiero
que mis hijas corran la misma suerte, y entonces, me callo. Dejo salir las lágrimas
mudas y cierro los ojos con fuerza hasta que terminan de tocarme.
Pero ha llegado el día, Mila y
Elena tienen que saber la verdad, se lo intentaré explicar de la mejor manera,
me inventaré cualquier excusa que justifique la ausencia de su padre. No quiero
que piensen que nos ha abandonado por voluntad propia en este infierno, no
quiero que tengan esa impresión del hombre que más las ha amado en el mundo, él
no merece ese recuerdo de sus adoradas hijas.
Las bisagras de la puerta chirrían
y veo pasar a mis princesas, una de ellas viste una falda larga que cubre sus
piernas, me dan ganas de pedirle que muestre su piel bajo la tela, quiero
comprobar que las marcas que yo tengo no adornan también su cuerpo, pero me
contengo. Hoy hay una conversación más importante, hoy sabrán la medio verdad
que he guardado todo este tiempo.
— Mamá, tienes mejor aspecto—
dice Mila, la mayor de ellas, la tristeza en sus ojos revela que miente.
Pasa la mano por mi pelo, una
caricia, ladeo la cabeza para encontrarme con su palma en la mejilla; quiero su
contacto, quiero que sepan que aún estando incapacitada, lucho por ellas.
— Nos han dicho que hoy traerán una
comida que te gusta, espero que dejes el plato limpio, estás muy delgada y hay
que recuperar fuerzas— esta vez es Elena la que habla.
Esa insufrible comida, porquería que
no vale ni para los cerdos. Omito el pensamiento y sonrío lo que puedo.
— ¡Una sonrisa! Bien, parece que
hoy estamos de buen humor, así me gusta, pronto nos dejarán irnos a casa.
Ese comentario hace que mi gesto
se endurezca sin querer, la pena y el sufrimiento afloran por mi piel, neutralizando
el escaso brillo de mis ojos.
“Es ahora o nunca” Pienso.
— Tengo que hablar con vosotras
de algo importante.
Las dos me miran con atención, se
han sorprendido mucho y abren los ojos expectantes, incluso a mí me ha sonado
rara mi voz después de tanto tiempo sin usarla.
Se acercan un poco más a la cama
y me agarran con fuerza de las manos, me animan a seguir hablando, contando mi
historia.
— Mis pequeñas… tengo que confesaros
un secreto que llevo guardando estos últimos días— espero que sus cabecitas se
preparen para lo que tengo que contar, aunque soy consciente de que jamás
estarán preparadas para tal desolación—, es referente a vuestro padre.
Mis hijas me miran extrañadas,
pero siguen calladas para no interrumpirme. Decido soltarlo directamente,
alargar la espera será mucho peor. Después tendré que consolar sus corazones
destrozados para que entiendan que no están solas, yo sigo aquí.
— Como habréis notado, hace unos
días que vuestro padre no viene por aquí; no nos ha abandonado, simplemente ha
tenido que partir a un viaje muy largo del que no va ha volver. Los mismos
hombres que nos tienen aquí retenidas se lo han llevado en contra de su
voluntad. Él opuso resistencia todo lo que pudo, intentó quedarse a nuestro
lado, pero no lo consiguió.
Elena intenta hablar y corto sus
palabras, sé lo que va ha preguntar y no quiero que lo haga, no quiero que
tenga dudas sobre el amor que Teo les ha dejado en vida, no quiero que piensen
que no fue valiente, luchador, que no intentó por todos los medios seguir con
nosotras, seguramente ha dado su vida para que tengamos una oportunidad en la
nuestra.
— Hace escasos cinco días, papá
se ha ido al cielo para no volver. Pero nos protegerá desde donde esté y
cuidará de nosotras, conseguiremos volver a casa y ser una familia unida de
nuevo, os lo prometo. No pienso dejaros aquí encerradas para siempre. Da igual
lo que quieran hacer con mi cuerpo, lo que quieran meter en mi mente, yo tengo
la cabeza fría y encontraré la manera de que esto funcione, os lo prometo.
Después de decir mi última
palabra me doy cuenta de que conté más de lo que quería, pero el daño ya está
hecho, tienen que crecer y ser conscientes de que esto no son unas vacaciones.
Nos tienen secuestradas y no sé cuánto más aguantaré la situación antes de que
sean ellas las que ocupen mi lugar.
Mila y Elena se miran entre
ellas, sus ojos se han puesto tristes, reflejan decepción.
Se dan la mano en señal de complicidad
y me miran con ternura.
— Mamá, no estamos aquí recluidas, esto es un hospital. Estás
enferma y los médicos intentan encontrar una cura a tu enfermedad. Papá hace
más de diez años que nos abandonó, ¿recuerdas? ¿Recuerdas haber ido a su
funeral, mamá?
— Mamá, mañana vendremos con tus
nietos, verás cómo te alegra verlos tan grandes. Ellos están deseando verte,
incluso han hecho unos dibujos preciosos con las flores que más te gustan.
Pronto todo pasará y volveremos a casa. Ya lo verás.
1 comentario:
Hola, con motivo de mis 250 seguidores, os quiero hacer un regalo para agradeceros vuestro apoyo y compañía y, de paso, si más gente lo quiere, que no dude en venir a por él.
NO ES PARA QUE HAGÁIS NADA. Solo es un regalo sin más.
http://relatosfantasiaelfos.blogspot.com.es/2013/06/ya-somos-250-en-este-blog.html
Un abrazo.
Espero que todo bien por la feria del libro, diabliyaaaaa
Publicar un comentario