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Ahora a leer y disfrutar
Muchos besos
Medianoche (Gabriela)
Una hermosa pelinegra de ojos grisáceos y piel blanca esperaba impaciente las órdenes de su madre. Su nombre era Leoniba, hija de los reyes de Altaris, una dimensión alterna. Aunque todos los habitantes de Altaris nacían apadrinados con un poder, ella, hija de magos poderosos, había nacido sin una gota de magia en su sangre. Por esa razón fue confinada a realizar tareas vulgares, cuidar y resguardar el secreto de la familia.
Desde que era muy pequeña contemplaba en secreto las runas que, su madre, llevaba tatuadas mágicamente en su piel. Siempre había deseado poseerlas pero un maldito gen en su sangre se lo había impedido.
Leoniba alejó los pensamientos negativos de su mente y se giró con elegancia para observar su rostro en el espejo, no podía negarlo era hermosa, pero algo faltaba. Suspiro con cansancio mientras cambiaba las canciones de su mp4. Tenía tres años en ese lugar llamado la tierra y aun no recibía noticias de su madre. Ese, de seguro, era un lugar aburrido y sin mucho movimiento, había un par de guerras por allí y otras por allá nada de qué preocuparse.
Su madre la reina Lioba había adquirido el poder suficiente para enviarla a ese lugar de donde nunca podría salir. ¿La razón? No querían un bicho raro en su familia exclusiva y la más importante de todas, ella sabía el secreto. Sí, la realeza definitivamente lo era ya que eran los únicos con la capacidad y poder de controlar más de dos runas en su cuerpo, y ella era un cuerpo vulgar sin poderes. Sin embargo, había vivido tantos años el Altaris sin problema alguno, hasta que se entero de ese maldito secreto que se vio obligada a resguardar.
Pero desde su llegada a la tierra, Leoniba se ha dedicado a ser una persona fría y calculadora. Mantenía un bajo perfil y un aura negativa que la alejaba de las personas, no quería nadie a su lado. Podía recordar los tiempos de felicidad en su vida, tenía amigos, tenía familia y sobre todo ingenuidad…
De pronto, la alarma de su reloj comenzó a sonar sacándola súbitamente de sus recuerdos, eran las doce de la noche. Suspiró nuevamente, solo a esas horas se atrevería a salir para no ser vista. Ya que, como era de esperarse, las calles siempre estaban vacías a excepción de uno que otro vagabundo sin importancia.
Y allí estaba ella, fiel a sus costumbres, fiel a sus ideales, pero encerrada en un mundo sin magia. En un mundo muerto, tan muerto como ella en esos momentos.
-Otro día más, madre, me has fallado… -susurró con sorna, lo último que supo de su madre fue gracias a un pequeño cruce de palabras “Te veré en un par de días para darte indicaciones” y ella fue una tonta por creerle.
Camino y camino hasta llegar al parque central, recordar parecía ser lo único que calmaba su ansiedad, pero también la mataba poco a poco. Cubrió su rostro con sus manos, no sin antes suspirar cansinamente y maldecir por lo bajo su suerte. Pero, un grito atrajo su atención.
Al principio, Leoniba mantenía grabado en su rostro desinterés. Sin embargo, el alarido que siguió después del grito helo su sangre. Sin pensar en las consecuencias, la pelinegra corrió a una sola dirección. Pero no estaba preparada para presenciar un acto tan horrible.
Era un chico humano en manos de un Altariano, lo sabía por sus tatuajes. Trataba de grabar en su cuerpo un hechizo oscuro, un hechizo de alto rango. Rápidamente comenzó a buscar algo que pudiese ayudarla, necesitaba detener lo que sea que ese mago intentara con el humano.
Leoniba se vio presa de la angustia, no había absolutamente nada en ese callejón. Se vio perdida en el momento que se lanzó sobre el mago para ayudarle, para ayudar a un extraño.
Leoniba
Lo había hecho, había sucumbido a mis impulsos y ahora estaba pagando las consecuencias, había sido marcada. Aunque no sabía quién era, podía reconocer a kilómetros el emblema real. Gimió molesta y adolorida, que estúpida había sido, los guardianes reales poseían casi el mismo nivel de magia que sus padres y ahora su marca solo significaba una cosa, la muerte.
Aunque habían pasado dos horas de aquel extraño suceso, podía sentir a carne viva la palpitante y sangrante marca. Sabía que aparte de la muerte poseía otro significado, entrega y sacrificio. Al interferir en cualquier proceso de magia oscura, el castigo consistía en dos vías. La primera y la más factible era la muerte inmediata. La segunda era la marca, el castigo más doloroso que solo aplicaban los grandes magos.
-¿Quién eres? –escuchó la voz ronca de su acompañante.
Se limitó a ignorarlo, aun no sabía porque había salvado a ese chico. No estaba segura que la había angustiado más, si la magia o su miedo a la muerte próxima.
-Por favor… si me vas a matar…
-No te mataré, no soy una asesina si eso es lo que te preocupa–gruñó indignada sin mirarlo a los ojos.
Por unos segundos la pelinegra pensó que el joven se había conformado con su respuesta y se sintió tranquila por eso, pero que equivocada estaba.
-Sé que no eres mi atacante… gracias –susurró exhalando un suspiro.
-¿De nada? Rayos, no sé qué decir en estos momentos… no todos los días salvo a un humano de un convertido… -cuando se dio cuenta lo que estaba haciendo se detuvo, le estaba contando al humano toda la verdad.
-Tranquila, yo sé quién es él… él me lo dijo –por primera vez en toda la noche se giró sorprendida. Un Altariano se había atrevido a revelar su secreto. –Sé que no son de este mundo, sé que él es un mago muy poderoso y que tu también- un dolor agudo atravesó su pecho logrando que esa mascara de frialdad callera por completo.
-No soy una hechicera… nací sin poderes –susurró Leoniba abatida.
-Oh… pero… -el joven no sabía que decir por lo que decidió cambiar el tema-. Me llamo David ¿y tú?
-Leoniba… -respondió después de varios segundos.
-Podrías explicarme… ¿Qué significan estos símbolos? –podía ver la duda en sus ojos. Sin embargo, no le debía nada. –Por favor...
-Son runas de sacrificio, algo en tu sangre lo iba a beneficiar ya sea en aire o fuego… -respondió señalando ambas marcas. –Pero, ahora no será así…
-¿Qué quieres decir? –preguntó David con un leve temblor en su voz.
-Al interponerme en su camino fui marcada, seré su sacrificio… -Leoniba se tensó, sintió como su respiración se agitaba de pronto y su cuerpo comenzaba a doler.
Ella lo sabía, el sacrificio estaba comenzando. Sintió un cosquilleo fuerte por todo su cuerpo, estaba siendo absorbida a su mundo, la estaban llamando. Cuando la presión en su cuerpo cedió abrió los ojos para luego encontrarse rodeada de la corte, iba a ser sacrificada ante su gente.
-Leoniba, hija, nos has decepcionado –escuchó la voz de su madre más no quiso mirarla a los ojos. La ira era dueña de su cuerpo en esos momentos y no quería cometer una locura. –Ahora tú y el humano que te acompaña morirán.
El corazón de Leoniba se estremeció, ¿todo para nada? Arriesgo su vida e interrumpió un ritual sagrado para que él no muriera y aun así lo matarían.
-… él será el primero en morir –levantó su rostro bruscamente al escuchar las palabras del convertido, todo eso era su culpa y ahora no podía entrometerse.
Se vio presa de la desesperación nuevamente, su respiración estaba agitada y su mente trataba de buscar algo para retrasar ese momento. ¿Cómo podía estar arriesgándose tanto por un simple humano? No lo sabía y tampoco le interesaba.
De pronto su espalda comenzó a arder. Ardía tanto que deseaba la muerte en esos instantes, pero su prioridad ahora era él, su dolor podía esperar. Volvió a fijar sus ojos en el mago con frialdad.
-Detente… -dijo Leoniba fuerte y claro. Entonces todo el lugar quedo sumido en el silencio, la sorpresa y la incredulidad estaban impresas en los rostros de todos los miembros de la corte.
En cambio, el rostro de Leoniba era sereno aunque eso fuera solamente una máscara ante el dolor que estaba sintiendo en todo su cuerpo. Un jadeo escapo de sus labios cuando fue doblegada por el dolor que fue mitigando con el pasar de los minutos. El aire estaba regresando a sus pulmones y su cuerpo había dejado el dolor a un lado para dar paso a un estado de éxtasis total, un placer jamás sentido en su vida.
-¿Cómo es eso posible? –escuchó a alguien gritar.
-Mi reina, ¿sabe lo que estuvimos a punto de hacer? –reclamó otra persona. A Leoniba le hubiese gustado entender de qué rayos estaban hablando, pero en ese momento solo le importaba salvar al chico y largarse de allí.
Se acercó rápidamente a David que la observaba con los ojos desorbitados, luego le preguntaría porqué. Se giró hasta su madre, fulminándola con la mirada.
-Te exijo que me regreses a la tierra, madre –por un momento se sorprendió al escuchar su propia voz, era diferente.
-Hija… no puedes irte –sentenció aun con sorpresa.
-Quieras o no, Lioba, me dejaras ir… porque tu no me quieres en Altaris, me dejaste en la tierra a mi suerte por ser un bicho raro y ahora no deseo estar más en este lugar.
Los gritos de asombro y molestia no se hicieron esperar, sabía que su madre no había contado la verdad de su desaparición y esto le produjo un bienestar único en su mente.
-Princesa… piénselo…
-He dicho que me quiero ir, abre el portal y dejame ir –el convertido se encogió preso del miedo, algo que Leoniba no comprendió en ese momento. Cuando le abrieron el portal, entró sin mirar atrás y lo último que escucho fue “Hemos perdido a nuestra Arcana” de la boca del convertido.
La oscuridad estaba presente en esa noche sin luna, Leoniba tenía ya media hora despierta observando el cuerpo relajado de David al dormir. Sonrió por primera vez en años, se sentía feliz al defenderlo. David abrió los ojos minutos más tarde, escuchó su nombre salir de sus labios con desesperación, esto la hizo sonreír aun más.
-Aquí estoy, no te preocupes estas a salvo –susurró con una sonrisa en su rostro.
-Leoniba… -el escuchar su nombre de los labios de David la estremeció. ¿Qué había cambiado? Lo vio acercarse y quedar a milímetros de sus labios. –Gracias…
Su aliento chocó con el suyo y le nubló los sentidos. ¿Qué le estaba haciendo este chico?: -¿Por qué me das las gracias? –susurró Leoniba con voz entrecortada a causa de la emoción.
-Me has salvado dos veces –los labios de David rosaban con los de ella. Leoniba nunca había experimentado esa clase de emoción, excitación y placer junta. –Te dije que eras una gran hechicera…
-No lo… -Diego colocó un dedo en sus labios para callarla e hizo algo que la dejo sorprendida. La giró lentamente hacia la pared donde estaba un espejo, el mismo con el que contemplaba su rostro horas más tarde.
-Dime, ¿Qué ves entonces? –la pelinegra se perturbo, no solo tenía la marca del sacrificio en su pecho, ahora tenía tatuadas cinco runas que solo significaban una cosa, su ascenso a las filas arcanas. Conocedora de magia antigua, hechicera por excelencia y poseedora de secretos. Una sonrisa apareció en sus labios mientras se giraba para encarar a David. –Si no eres una gran hechicera entonces no se que eres… -susurró cerca de sus labios, rosándolos nuevamente, provocando millones de sensaciones en Leoniba que esperaba ansiosa el contacto de sus labios.
-Soy Leoniba… solo eso –dijo ella antes de cortar distancia. Ahora todo había cambiado, ser una arcana y no sufrir las consecuencias era imposible, pero eso no le preocupaba en lo más mínimo. En estos momentos solo deseaba descubrir ese nuevo sentimiento que ambos estaban compartiendo, ese nuevo sentimiento que solo podía tener un nombre, amor. Porque él estaba destinado para ella y ella estaba destinada para él.
5 comentarios:
Ay que hermoso relato, me encanto.Es uno de los que mas em han gustado
Wow.... hermoso.... me gusto... es uno de mis favoritos, mucha suerte, nena!!!!
Una historia diferente, me gusta la idea de esos hechiceros de otro mundo que tienen a la tierra como una especie de coto de caza o para deshechar lo que no entra en sus planes, pero no me ha gustado el desenlace.
Un saludo
Juanjo
Bonita historia, escrita con muy buen gusto, y mucha imaginación.
Me ha gustado.
MUY ROMÁNTICO, MUY LINDO Y SOBRE TODO UNA HISTORIA QUE HABLA DE CREER EN TI MISMO Y HACER LO CORRECTO ANTES QUE NADA
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