(Relato inspirado en la ilustración de Hawk-619, “Jake”
Aquí su web: http://hawk-619.deviantart.com/art/Jake-134567057)
Muchas gracias por servirme de musa, artista!! (^_^)
La hora de la verdad
Transparencia, la transparencia
nunca ha sido mi mayor virtud, ni siquiera poder hablar de cosas banales cuando
los demás preguntan por el clima, por el transcurso de la vida en general.
Pero aquella tarde abrí mi
corazón a la mujer más especial que había conocido nunca, aquella que con tan
solo un pestañeo tenía a sus pies el mundo entero. Su presencia iluminaba
cualquier sala oscura, convirtiéndola en resplandor, en un brillo cegador que
te dejaba anonadado.
Aquella tarde y tras pensarlo
detenidamente, obedecí a mi corazón en vez de a mi cabeza, tenía que sacar el
dolor que me consumía, tenía que saber si ella albergaba en su pecho un pequeño
hueco donde colocarme.
Abrí la boca para un simple
“Hola”, pero de repente las palabras se precipitaron desde la cornisa de mis
labios…
— Hasta ahora no sabía lo que
significaba estar enamorado.
Ella no dijo nada, no cambió la
expresión de su rostro, no parpadeó como de costumbre abanicando con sus
pestañas el dichoso aire a su alrededor. Ella no dijo nada.
Mi corazón convertido en pasa se
paralizó, dejó su bombeo habitual para quedar petrificado y muerto, mi alma
salió del cuerpo en estampida al sentir el dolor que se acumulaba y repartía
por todo el organismo, mi alma emigró cobarde; mi mente jugó sucio y abandonó
el raciocinio, secó mi boca y cuarteó mi lengua, incapaz de seguir con el
discurso que durante días había planeado. Mi yo entero, murió.
Abatido como un vulgar pájaro en
el campo de tiro, giré sobre mí mismo, di la espalda a la mujer que amaba y me
perdí entre la maleza del bosque de mi desesperación.
Caminé durante horas, días, quizás
meses, o al menos así era como sentía el tiempo en mi cabeza, pesado y lento,
alargado y sin frenos, eterno.
Decidí sentarme en el porche de
la entrada, junto al banco que tantas tardes nos había regalado, apoyando la
espalda sobre la tabla que tantas veces acarició sus cabellos plateados, mirando
al horizonte, testigo mudo del amor que durante años ella había despertado en
mi persona, y ahora, ahora ya no importaba nada de todo aquello.
Os juro que no me arrepiento, he
perdido la oportunidad de tenerla cerca, he perdido el futuro que dicté en mi
agenda, la he perdido a ella. Pero siempre recordaré las tardes de verano a su
lado, el cosquilleo en mis brazos cuando se sentaba entre mis piernas y hablábamos
sin reparo. Si tenía que terminar de esta manera, prefiero que sepa que la he
amado y perdido, a que siga viendo al hombre opaco que siempre he demostrado
ser.
Los hombres no lloran reza la
canción, mi melodía difiere de esa afirmación y los ojos encharcados vierten
con desgana sus últimas lágrimas.
Miro al frente por primera vez
desde mi muerte y cegado por una silueta me levanto inconsciente, tambaleándome
hasta caer y quedar apoyado sobre la baranda de madera. Ella ha venido a
buscarme, pero no quiero verla, necesito que mi duelo sea privado, solo mío.
— ¿Quién es ella?
Al principio no comprendo, su
pregunta está incompleta.
— Dime quién es ella.
Repite y me mira con intensidad,
traspasa mis retinas sin apartar la vista, casi con malicia.
Entonces lo comprendo y acercándome
con cuidado le susurro cerca de los labios:
— Tú. Siempre has sido tú.
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