A ver dónde lo coloco
Me acabo de sacar un moco, lo miro, lo remiro, da un poco de
asco aunque sea mío. Me acuerdo de mi madre y su constante fobia a los pañuelos
de papel, miro de nuevo el moco y ahora parece más grande, él también me mira a
mí. Busco a mi alrededor sin decir nada, intento disimularlo entre la mano sin
que toque mi palma, pero sé que está ahí y me está sacando de quicio, él me
dice que yo le he sacado primero. Sí, ahora me habla, creo que ya sabe lo que
es el oxigeno y está convirtiéndose en organismo. No quiere morir, veo su miedo
y me siento culpable, pero debe entenderlo, si molesta se le desecha, pero sigo
sin ver dónde colocarlo. Me acuerdo ahora de mi hermano, me miro la suela de la
zapatilla, no me parece correcto pisarlo después de lo que está sufriendo,
pronto morirá por la pérdida de fluidos o porque se quede reseco como un higo.
Si lo coloco ahí sé que terminará esparcido por la acera, y creo que es una
muerte muy poco bella. Terminará como un borrón negro que con el paso de la gente
se extinguirá y ya nada de él quedará para la posteridad. Intento dejar de
pensar un rato en el moco pero me sigue mirando y captando mi atención, me
quema en el dedo y eso que ya está frío, poco a poco languidece, ya no tiembla,
solo está ausente. Da un último suspiro y frente a mis narices aparece una mano
desconocida que sujeta una tela impolutamente blanca, así, sin más, frente a
mis hocicos. Sigo el recorrido de la muñeca, del brazo, del hombro hasta llegar
a la cara de un joven sentado a mi lado en la parada del autobús, me sonríe y
yo le sonrío, me mira y yo le miro. Creo que me acabo de enamorar y pienso en
dejar el moco caer al suelo, pero el cabrón no se despega de mi dedo. El chaval
de ojos verdes, pero no verdes color moco si no
mucho más oscuros, me dice que se llama Fermín y zarandea el pañuelo
para que lo coja. Al final desisto y le hago caso. Introduzco a mi pequeño
amigo entre el mullido colchón de florecillas bordadas y veo las iniciales “F.S.”
en una esquina del trapito. No se lo devuelvo, solo le miro de nuevo y le digo
que mañana a la misma hora se lo traeré limpio. Es hora de irme, el autobús ha
llegado. Curiosamente, y contra todo pronostico, Fermín se levanta tras de mí y
vuelvo a sacar el pañuelo de mi bolsillo, pensando que quizás sí que quiera
recuperarlo de inmediato. Pero me agarra del brazo y me dice al oído: “Tal vez
tenga que asegurarme de que lo lavas con cariño”
6 comentarios:
Vamos por partes, porque la verdad es que me estaba divirtiendo con las disquisiciones acerca de la muerte del moco. Ja, ja, ja...
Por otra parte es bueno tener siempre a alguien que se preocuper por nuestra higiene...
Ja, ja, ja.
Enhorabuena, he pasado un buen rato con el post.
Saludos.
Nunca me habría esperado ese final. Aunque tengo que decir que nunca me he puesto tan filosófico con mi fisiología :)
Filosofía, meditación trascendental y final feliz. Lo que da de sí un moco... ;)
Un saludo :)
¿Has inaugurado una sección escatológica para los LUNES? Me acordé de la peli de LOS LUNES AL SOL, al menos el moco se habría resecado, ahora que desahuciado de tu nariz se había quedado en paro, puesto CARA AL SOL, así se iba acostumbrando al clima político, de paso, que nos rodea...jejeje
Un gran texto Irene, lástima que el pobre moco haya acabado oculto bajo una gran sábana blanca...
Me alegra mucho que os haya gustado amores, increíble lo que un moco puede dar de sí, si es que se puede ligar de tantas y tan sorprendentes formas...
Besotes chicos y gracias por pasar por mi casita, siempre es una alegría veros :D
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