Dicen que no hace daño
Salió de casa con la clara intención
de hacer daño, sabía como hacerlo, tenía el arma más poderosa que existía sin
penalizaciones legales y llevaba años usándola con destreza.
Nunca tuvo remordimientos ni
restricciones, nunca hubo un momento en el que se arrepintiera o pensara que lo
que hacía estaba mal, era su modo de vida, su entretenimiento, en lo único que
pensaba cada minuto del día.
Había perfeccionado la técnica con el
tiempo, cada vez más delicada y artística, cada nuevo ataque era más astuto y refinado,
usaba su don sin excepciones ni reservas.
Daba igual hacia quién fuese
dirigido: desconocidos, conocidos, amigos, familia, nadie estaba fuera de su
alcance y sabía que con ello causaba tal dolor que le hacía plenamente feliz.
Ella cambiaba sus vidas, unas veces
en mayor medida, otras con pequeños toques, sembrando las semillas necesarias
para que la gente se hundiera por dentro.
Sufrimiento, ella daba sufrimiento. Cuanto más
delicadas o sensibles fuesen sus presas, cuanto más susceptibles y blandas,
mejor funcionarían sus poderes y mayor daño causaría a sus víctimas.
Entró en la panadería, su primer
escenario, la obra tenía que comenzar.
Allí, con dos barras de pan bajo el
brazo se encontraba Priscila, una joven chavala que estaba en trámites de
separación, tras encontrar a su marido en la cama con otra.
— Hola guapa, que delgada te estás
quedando, si es por lo de tu marido deberías estar feliz, hombres como ese no
se necesitan, estarás mejor sola. Yo si no fuese por el sueldo de mi marido, ya
le habría mandado a la mierda hace muchos años. Mariana, podrías darme hoy tres
barras de pan, viene mi nuera y aunque la muy… no se queda nunca a comer, por
si acaso hoy les da por ahí— dijo con mirada fría y gesto de repulsión.
La pobre Priscila no contestó, salió
rápidamente del local y se puso a llorar desconsoladamente una vez estuvo dentro
de su coche. Ella amaba a su marido.
La panadera le entregó lo mandado con
extrema rapidez, no quería tenerla mucho tiempo en la tienda, estaba segura de
que sacaría la dichosa conversación si no se daba prisa.
Y justo antes de salir por la puerta,
nuestra protagonista espetó con brusquedad:
— Por cierto, ¿qué tal está tu hija,
ya se le nota o aun va con blusas anchas? No es ninguna vergüenza que se quede
embarazada con tan solo catorce años— dijo la edad alzando levemente la voz—
anda que no hay “muchas” por ahí de “esas”, no será ni la primera ni la última.
Dale un beso de mi parte y a ver si es niño lo que venga, para que la cosa no
se repita en un futuro.
La pobre dependienta sabía que
contestara lo que contestara sería como darle pie a que continuara con el
destripe, por lo que asintió con la cabeza y se disculpó para ir con urgencia
al cuarto de baño.
“Seguro
que ahora se estará tirando de los pelos” Pensó mientras salía de la panadería
dirección a la farmacia, su próximo lugar del crimen.
Una vez llegó al mostrador de dicha
farmacia, el farmacéutico suspiró profundamente y salió del almacén con fingida
sonrisa, pensando que si hoy era amable le dejaría en paz. “Pensamiento
idiota”, pensó nada más oír el saludo de la clienta.
— Buenos días Alfonso, ya te has
librado de la suegra ¿eh? Si es que como en la residencia en ningún sitio, yo
cuando entre en esa edad, o quizás más mayor puesto que tu suegra aún es joven,
claro, también iré a dar con mis huesos ahí, mis hijos no querrán saber nada de
mí, ahora chupan de la teta todo lo que pueden, pero luego te dan por culo con
una caña rajá. Es ley de vida, estamos criando monstruos sin alma.
Alfonso cogió las recetas que aquella
desalmada le entregaba y con premura le entregó todo en una bolsa, solo verla
frente a él le hacía tener nauseas. No perdería su trabajo por agredir a una víbora
como aquella.
— Ale, Alfonsito, ya me contarás que
te ha dejado la mujer en herencia cuando se muera, que para esos vicios tuyos
con el juego, te va ha venir muy bien.
Que pases un buen día.
Alfonso tuvo que sentarse unos
minutos en la trastienda, intentando autoconvencerse de que la enfermedad de su
suegra, acompañada de que tanto él como su mujer trabajaran, no les permitía cuidarla.
“¿Cómo se atreverá a decirme lo del póker,
si solo juego un par de veces al mes, y me gasto veinte euros por partida y día?”
Se repetía el pobre hombre mientras se daba cabezazos contra la pared del almacén.
“Maldita bruja del demonio”.
Aquella mujer enjuta y mezquina
estaba de buen humor, era fácil su trabajo cuando la gente tenía secretos
oscuros que desvelar, estaba segura de que ella les hacía un favor, era la
conciencia que debían tener y habían perdido.
Bajando por la calle del colegio se
cruzó con Lorena, antigua compañera de colegio y reciente viuda.
Lorena intentó hacer que no la había
visto, pero nuestro Satán particular era mucho más rápida que todo eso, por lo
que le agarró del brazo parándola en seco.
— Cuanto siento tu perdida, Lorena—
dijo dándole un pequeño abrazo— supongo que ahora estarás pasando momentos muy
duros, pero piénsalo de esta manera, podrás estar con cuantos hombres te plazca
sin que te asedien las habladurías luego, como sucedió en el pasado. Además, oí
que Fermín tenía un buen seguro de vida ¿verdad? Vas a vivir a todo tren gracias
a ese accidente laboral. Cariño, en esta vida el que no se consuela es porque
no quiere.
Lorena no podía creer las palabras de
lengua viperina que estaba oyendo, no la sorprendían viniendo de ella, pero si
que le hubiese gustado decirle cuatro verdades a aquella degenerada que tenía a
medio mundo amedrentado. Ella jamás había engañado a su marido, y el seguro echó
atrás la póliza alegando un mal uso de las herramientas de trabajo, pero
discutir con alguien así sobre los pormenores de su vida era una perdida de
tiempo. Ya lo intentó en el pasado y salió peor parada.
Lorena dejó a un lado los planes que
tenía programados para esa mañana y se dirigió a casa, para encerrarse en el
armario de las camisas de su marido.
La mujer de pecho vacío, entró en la pescadería
con los precios más bajos del pueblo, y tras saludar amablemente, se acercó al
mostrador en busca de unas rodajas de merluza.
— Cuanta gente hay hoy aquí, atiéndeme
primero que tengo prisa. Vaya precio tiene la merluza, está visto que te
quieres hacer rico a nuestra costa, no me extraña que te hayas comprado un
Mercedes… con este robo… Ya me darás una vuelta en él, que al menos las ruedas
traseras las he pagado yo. Mira qué cara que tiene el pescado, será fresco
¿verdad? — Dijo mirando a dos clientas a las que se había colado — La última
vez que me llevé pescado de aquí estuvo mi marido malo dos semanas, aquellas
sardinas estaban pasadas, pero como soy buena gente no vine a discutir, que era
para ello.
El pescadero le preguntó cuánta
cantidad quería y le despachó lo antes posible, planteándose si decirle que
jamás volviera a pisar su negocio. Pero sabía qué clase de represarías vendrían
después, lo había visto con otros establecimientos, por lo que mordiéndose la
lengua todo lo que pudo, rezó porque se marchara lo antes posible de su tienda.
No contenta con que la ignoraran,
miró a una de las mujeres que tenía al lado, y despidiendo una pérfida sonrisa,
soltó:
— María, ¿Cómo está tu hermano? Ya me
enteré de lo de su operación, si no bebiera tanto no le tendrían que haber
operado, es que el cuerpo siempre pasa factura.
María levaba días sin dormir, pegada
a una cama de hospital donde su hermano pequeño luchaba por su vida tras
diagnosticarle un tumor cerca del hígado. Sintió que las venas se le encendían,
y mirando al resto de espectadores a la escena, decidió tragarse las palabras
que le quemaban la garganta.
Nuestra querida protagonista llegó a
casa satisfecha por la buena labor que había realizado, ya estaba deseosa de
que llegara la tarde para ir a su clase de gimnasia para mayores. Esta vez había
preparado un guión para no olvidarse de ningún punto, sería una tarde muy
interesante. Gratificante.
2 comentarios:
joder, Irene , que bien que la has retratado a la tipa esta.. y las circunstancias ! eres buena , muy buena !!! besosss
Triste personaje real, pero muy bien retratado.
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