El pájaro cantor
Posado en su ramita, el pequeño y tullido pajarillo daba sus
precarios pasos, danzando sobre ella como si de una pasarela se tratara, y con
la compañía del canto más hermoso jamás escuchado. Allí, al término del otoño,
el pajarillo feliz cantaba.
El viento en los últimos días no tomaba descanso y con la
fuerza de una nube el frío llegó; golpeando todo a su paso y obstaculizando los
rayos de sol y calor, convirtiendo las plumas del ave en gélidas extremidades.
El viento dejó de importar, la nieve ocupó su lugar. El
paraje se convirtió en un pastelillo de nata con sus copetes abultados y su
frío penetrante.
Nuestro protagonista seguía cantando porque era un animalito
fuerte, pero cada vez le costaba más emitir aquellas maravillosas notas.
Una ráfaga de aire se alzó en el día más frío de la
historia, y el pobre pajarillo que no tuvo dónde esconderse, cayó con violencia
al vacío, golpeando su cuerpo contra la mullida nieve que el árbol tenía sobre
sus raíces.
El moribundo pájaro, casi azul por la temperatura, sin voz
que expulsar ya, se acurrucó entre la nieve, viendo que sus días de felicidad y
canto estaban a punto de concluir.
Sus finas alas no eran suficiente abrigo para tamaña
frialdad y la espuma blanca que lo rodeaba empeoraba la situación del pájaro
cantor.
Allí, en el horizonte, la silueta de un animal enorme
despuntaba erguida. Encaminaba sus pesados y lentos pasos hacia donde yacía el
cuerpo casi sin vida del pobre pajarillo.
Era una vaca marrón y zalamera, que sin saber lo que
escondía la nieve a sus pies, dio sombra con su cuerpo al ave allí enterrado.
Con poco esfuerzo, nuestro bovino animal hizo sus necesidades justo encima del
pájaro cantor.
La mierda que la vaca evacuó tapó por completo al joven
alado. Y cuando la gran vaca mestiza descargó su pesada carga, retomó su camino
ladera abajo, dejando al pequeño pájaro allí escondido.
Muy por el contrario de sentirse mal por la ofensa de ser
tapado con semejante porquería, el pajarillo envuelto en esa cálida plasta
entró en calor. Sintió de nuevo su dolorido cuerpecito volver a la vida en
cuestión de segundos.
Se movía lentamente, intentando captar todos y cada uno de
los destellos de calidez de dicha sustancia. Tan bien se sentía allí metido,
tan contento y feliz, que demostró su alegría de la mejor forma que sabía:
regalando al mundo el sonido de su canto.
Alto y fuerte se le oyó, alto y fuerte lo cantó.
Sacó la cabeza un poquito de su nueva y oscura casa, estiró
el cuello entusiasmado y alzó su voz celestial.
Sin saber ni cómo ni porqué, un gato callejero que pasaba
por allí vio el cielo abierto. Se acercó sigiloso al pájaro e ignorando dónde
estaba metido, abrió la boca y de un solo bocado, se lo comió.
Le quedó un regusto amargo por las especias que lo
condimentaban, pero en época de fríos no había que ser remilgado. Y así el gato
callejero pudo sentir su estómago vacío llenarse de la comida que había
esperado durante días.
MORALEJA:
“No todo el que te mete en la mierda es malo,
ni todo el que te saca de ella es bueno”.
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Este cuento infantil, no es del todo mío,
la redacción la hice yo, pero la historia la leí hace muchos años en no sé qué
sitio, me gustó tanto que he querido compartirlo con vosotros, espero que os
guste.
Besos para todos y recuerden que los
quiero mil
1 comentario:
Muy buen cuento, exelente moraleja!!!
Un abrazo...
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