INSTINTO MASCULINO
Como cada día hoy me había levantado prometiéndome a mi mismo no hacerlo más,
no mirarlas lascivamente,
no percatarme de su aparición en mi campo de visión,
no suspirar cansinamente a su paso,
no excitar mi forma con sus curvas y siluetas libidinosas,
no aspirar profundo sus aromas obscenos en la cercanía de nuestros cuerpos,
no sucumbir a sus miradas penetrantes,
no fantasear con sus movimientos seductores y sexys,
no planificar mentalmente mis movimientos para un acercamiento y cortejo,
no babear en su presencia impúdica y febril,
no mostrar esa sonrisa torcida que delata mis pensamientos viciosos y deshonestos,
no perseguir con mirada maliciosa y paso lujurioso
a esas majestuosidades de siluetas voluptuosas,
no hacerlo más,
no ser hombre carnal,
no ser obsesivo y demente,
con la obcecación del sexo y la compañía femenina,
no más,
no quería ser ese ser durante mas tiempo.
Pero como todos los días,
había fracasado estrepitosamente y aquí me hallaba,
en la cama envuelto entre sus cuatro piernas y sus dos bocas,
entre sus cuatro pechos y sus dos sexos,
entre sus pieles calidas y sus manos precisas,
aquí entre una rubia y una cobriza,
aquí entre la ardiente y la fogosa,
hundido en el placer, en lo prohibido,
incrustado entre sus curvas y dejándome llevar por sus fragancias,
aquí en la paz después de la pasión,
y deseando salir corriendo antes de que pudieran abrir sus ojos
y ver lo que sus actos habían ocasionado.
Quizás no se arrepintieran en absoluto,
quizás incluso quisieran volver a repetir la actuación de esa noche,
quizás, pero en mí mente estaba solo la palabra huida,
la palabra atadura, las palabras miedo y compromiso.
Así que deslice suavemente mis manos por sus caderas,
dejando el hueco justo para poder levantarme,
y que bellas se podían ver,
todas sudadas, despeinadas,
con sus cuerpos rojizo por la fricción de mi corta barba en sus pieles.
Debía darme prisa, puesto que si no,
no seria capaz de irme y terminaría por poseerlas otra vez a ambas,
y me quedaría sin la oportunidad de evasión que ahora tenia.
Y así otro día empezaba,
con la misma promesa,
no volver a caer,
no volver a los brazos de doncellas hipnotizadoras,
no ser el despojo deleznable que ahora era,
enfermo y enerve,
débil y laxo,
odioso a mi vista,
en una palabra,
cobarde,
sometido,
manipulado.
Catalogado y etiquetado
“Un obseso del sexo”